(Parte I)
Juan Antonio García D., diciembre de 2025
Los gobiernos de la cuarta transformación no sólo vinieron a recuperar la confianza perdida del pueblo en las corrompidas instituciones de nuestro capitalismo dependiente, en las que ya nadie creía –como la Presidencia de la República, los partidos políticos y Poder Judicial–, sino que rejuvenecieron al sistema y revivieron a los personajes que el PNR y el PRI impusieron por cien años como los máximos héroes nacionales en los textos de la educación básica de la historia oficial.
Es cierto que durante la dictadura de Porfirio Díaz había pobreza y represión del gobierno y que la riqueza se concentraba en pocas manos, pero el detonante principal que inició la rebelión, fue el interés de Washington por quitar a un gobernante que ya no respondía a sus intereses y poner uno más incondicional. El dictador vio con preocupación que en 1898 Estados Unidos invadió Cuba, Puerto Rico, Hawái y Filipinas, desplazando a Inglaterra como primera potencia mundial con el control de los mares; por eso retomó la frase: “pobre de México tan lejos de dios y tan cerca de los Estados Unidos”.
Insólitamente nacionalizó los ferrocarriles y las minas de Real del Monte poniéndolas en manos de los ingleses y de empresarios nacionales, afectando intereses de Rockefeller y del presidente de City Bank, James Stillman, mientras que puso la mayor parte del petróleo en manos de la europea Royal Dutch & Shell. Inició así una serie de acciones para alejarse de Washington, siguiendo el ejemplo de Japón –que salió del atraso semifeudal y se convirtió en potencia, esto se refleja en la película El último samurai– con quien mantuvo buena relación.
Además, rescató y trajo a México al presidente nacionalista de Nicaragua José Santos Zelaya, a quien los gringos querían matar por haber fusilado a dos mercenarios de la United Fruit Company. Adicionalmente, negó concesiones mineras a los norteamericanos para entregarlas a la inglesa Pearsons Co. En 1909, Díaz se entrevistó con el presidente William Howar Taft en la fronteriza Ciudad Juárez (el suceso se registró en un raro video que circula en la red), quien le hizo varias exigencias: que devaluara el peso, que le entregara a Zelaya, que abandonara la idea de construir un paso por el istmo de Tehuantepec para no competir con el que ellos inaugurarían en Panamá en 1914; que concesionara el petróleo a Rockefeller y que renovara la concesión a E.U. de la base militar de Bahía Magdalena, Baja California, que Díaz quería entregar a Japón.
Díaz rechazó todas las exigencias de Taft. Su suerte estaba echada.
De ninguna manera fue casual la entrevista que en 1908 le hizo el provocador periodista norteamericano
James Creelman (el “Jorge Ramos” de entonces) sobre su estancia en el poder, en la que ingenuamente Díaz se soltó prometiendo su renuncia, elecciones y nuevos partidos políticos, sin prever que el texto también se publicaría en México y llegaría a manos de los terratenientes que aspiraban al poder político, que estaba monopolizado desde la dictadura liberal del Juárez que había creado el latifundio laico. El mismo año circuló ampliamente el libro del anarquista John Kent Thurner, México Bárbaro, en el que desnuda la dictadura de Díaz, pero, extrañamente, exalta al juarismo pronorteamericano y las maravillas de la democracia estadounidense. Obvio, estaban creando las condiciones para derrocarlo.
1898-1908-1909. Al año siguiente de la entrevista con Taft “comenzó la revolución de 1910” encabezada por Francisco I Madero. Pero don Porfirio no le permitió llegar a la presidencia por lo que el rico empresario y terrateniente terminó huyendo a San Antonio, Texas, desde donde lanzó su Plan de San Luis, y comenzó a enviar armas Made in USA para derrocar al dictador, negociando la entrega del petróleo a la Standard Oil Co. Sus primeros guerrilleros usaron como distintivo listones azules y rojos en sus sombreros, el mismo color de la bandera de las barras y las estrellas.
Pero al cruzar la frontera se encontró con que casi nadie siguió su llamado, por lo que dio por terminada su revolución. Luego siguieron pequeñas escaramuzas en Guerrero, Durango, Tepic, Jalisco y Zacatecas. Los zapatistas se alzaron hasta marzo de 1911, mismo mes en que el más importante grupo guerrillero decidió sitiar Ciudad Juárez, nada menos que la frontera principal con los Estados Unidos. Su amigo el terrateniente Abraham González había reclutado a dos intrépidos guerrilleros, uno de los cuales era perseguido por la “justicia” porfirista, y el otro traficante de metales. Luego de tres meses de espera y contra la voluntad de Madero (quien ya había negociado con la dictadura 14 gubernaturas y otros cargos para su gente), Francisco Villa y Pascual Orozco, lanzaron a sus hombres al ataque y en 72 horas ocuparon el pueblo y se apoderaron del arsenal. Era el 10 de mayo de 1911.
Fue todo. El dictador Díaz comprendió de dónde venía el golpe y se exilió a París… No al Norte.
El Tratado de Ciudad Juárez señalaba el fin de la revuelta y estableció que Madero se comprometía a desarmar a los revolucionarios, a respetar las instituciones y autoridades porfiristas, así como al gobierno de transición del porfirista Francisco León de la Barra. Villa licenció a su ejército, recibió los 10 mil pesos que le ofreció Madero y se fue para el Norte. Zapata se desarmó a medias y de mala gana, no sin dejar de manifestar que Madero terminaría colgado de un árbol por “traicionar al pueblo y unirse a los enemigos de la revolución”.
De la Barra envió a Huerta, a Juvencio Robles, Aureliano Blanquet y a otros militares a matar campesinos y quemar pueblos en Morelos, con el fin de fortalecer al ejército porfirista-huertista que se mantuvo intacto para preparar el derrocamiento de Madero. El “Apóstol” obtuvo 19 mil 992 votos (al pueblo no le interesaban las elecciones) y gobernó de 6 de noviembre de 1911 al 19 de febrero de 1913. Desencantado del maderismo, Orozco encabezó una gran rebelión en el Norte, mientras los zapatistas se rebelaron mediante el Plan de Ayala del 28 de noviembre de 1911, contra “el traidor Madero”, pues no les entregó las tierras.
El torpe Madero siguió exactamente la misma política de Díaz en su relación con Europa y tampoco cumplió con la entrega del petróleo a la Standard Oil Co., por lo que, desde la embajada norteamericana, prepararon su asesinato. Durante el golpe, en la Decena Trágica del 9 al 19 de febrero, Madero nombró a Victoriano Huerta jefe del Ejército, pese a que conocía sus antecedentes criminales contra los pueblos mayas y luego contra los zapatistas, haciendo a un lado al general Felipe Ángeles que había demostrado su lealtad al pueblo. Casi de inmediato Huerta se unió a los golpistas, ordenó el asesinato de Madero, exilió a Ángeles e impuso su dictadura de 1913 a julio de 1914.
Así es como comenzó la gran rebelión popular en torno al Plan de Guadalupe que unificó a los gobernadores maderistas y a los grupos armados, que convocó Venustiano Carranza. En pocas semanas Villa formó un formidable ejército pues los norteamericanos pronto se desencantaron del dictador Huerta, que también les dio la espalda y comenzó a comprar armas a los alemanes ¡cuando ya había iniciado la primera guerra imperialista mundial en Europa!
Aunque nunca incorporó a la mayor parte pueblo y ni siquiera levantó en armas a la región Centro, que desde entonces era la más poblada, la alianza de ejércitos revolucionarios inició una guerra formidable cuya columna vertebral fue la División del Norte, en tanto el Ejército Libertador del Sur combatía en Morelos, Puebla, Estado de México y los pueblos de la capital. El 4 de febrero 1914 el presidente Wilson prohibió la venta de armas a Huerta y la autorizó para los constitucionalistas. Carranza ya vendía a Estados Unidos el petróleo de la rica región de Tampico. En su apoyo, el 14 el ejército norteamericano bombardeó e invadió Veracruz, en abril de 1914, para evitar que un fuerte cargamento de armas de Alemania llegara a manos de Huerta. De manera perversa, el Ejército del Noroeste, de Obregón, permaneció inactivo un año, desde mayo de 1913 a junio de 1914, entretenido en el sitio de Guaymas, organizando corridas de toros, fiestas y borracheras, mientras los ejércitos campesinos del Norte y del Sur se desangraban combatiendo a la dictadura.
Prácticamente fue la División del Norte, encabezada por Villa, la que destrozó al ejército Porfirista-huertista. Pero el terrateniente Carranza impuso su interés de clase deteniendo su avance y le prohibió atacar Zacatecas, lo que ocasionó la rebelión de los generales villistas que desconocieron la orden de don Venustiano. Así, el ejército Constitucionalista se partió en dos: 1. Los militares y nuevos terratenientes medianos que se enriquecieron con la “revolución” y, a la postre saldrían triunfantes: Carranza, Obregón, Calles, Cárdenas, Ortiz Rubio… 2. La División del Note y el Ejército Libertador del Sur, que agruparon a los campesinos, mineros y pequeños rancheros del Norte esperanzados con la revolución, pero sin un programa de clase propio.