Juan Antonio García Delgado, México, 16 de noviembre de 2025.
Hemos vivido engañados. Todo lo que nos han contado de nuestro pasado es narrativa, por tanto, son mentiras. Nuestro pasado no existe sino en nuestra imaginación, porque está hecho de construcciones mentales, pero nos gusta vivir de la mentira, de traumas y de los discursos de odio contra nosotros mismos al condenar a quienes crearon nuestro mestizaje, al decir que nos robaron, nos ultrajaron y destruyeron nuestro pasado de grandeza…. No hubo grandeza, era la edad de piedra, los tlatoanis del imperio azteca que vemos con respeto y admiración, fueron los sanguinarios pues llegaron a sacrificar hasta 20 mil personas en un día, sacaban sus corazones y se los comían.
La única narrativa verdadera es la que yo te cuento, y es esta: la historia negra de la injusticia española es falsa; no hubo genocidio, ni esclavitud, ni saqueo de riquezas y oro, pues ni siquiera lo usábamos. España, en cambio, nos trajo hospitales, templos, metales, caballos, grandeza y orgullo. Nos dio a nuestros verdaderos héroes, a los que nos trajeron la civilización, la grandeza cultural de Europa. Y esos fueron los grandes conquistadores Hernán Cortés, Pedro de Alvarado y Francisco Pizarro, que nos liberaron de la opresión azteca e inca. Tenemos que venerar la hispanidad pues ya somos mestizos nos guste o no, y la conquista española es lo mejor que nos pudo haber pasado.
Así se expresa el escritor Juan Manuel Zunzunegui quien no oculta sus propios traumas: su amor por “la madre patria”, su innegable resentimiento contra nuestros antepasados mexicanos, debido a la heroica resistencia que opusieron a los invasores, derrotados el 30 de junio de 1520. Culto, pero hipócrita, se ensaña particularmente contra el más noble héroes de los mexicanos, quien encabezó la resistencia a los españoles y a sus aliados durante tres meses de asedio a la Gran Tenochtitlan, del 26 de mayo al 13 de agosto de 1521. No duda en culpar a este joven guerrero de ser el causante del genocidio contra su pueblo por resistirse a la invasión. por cierto, nunca menciona el tormento a que fue sometido Cuauhtémoc por las bestias sedientas de oro, ni la forma vil en que lo mataron.
Desata el mismo discurso de odio racista de las potencias imperialistas contra los pueblos que se resistieron al sometimiento, contra las tribus de Norteamérica que ejercieron su derecho a la rebelión hasta el último aliento, contra las de Oceanía y las del caribe que fueron casi exterminadas; contra los vietnamitas que resistieron veinte años a las invasiones de Francia y Estados Unidos. Culpar a los jefes tribales por defender a sus pueblos, su forma de vida y la tierra que trabajaban, es negarles calidad humana y derecho a la existencia digna como seres pensantes, y eso es lo que hace quien se ostenta como de doctor en Humanidades, título que pone al servicio de los colonialistas.
Oculta que cuando los europeos llegaron al continente, las tribus coexistían pacíficamente y que si se les fueron uniendo fue por el terror que les infundieron. Hasta los narradores españoles cuentan como secuestraban a los jefes de las tribus, a sus familias, les cortaban las manos, los torturaban para obligarlos a unírseles. Todos sabemos que incluso los tlaxcaltecas opusieron feroz resistencia a los invasores, que los sometieron cuando les cortaron las manos a 50 de ellos y obligaron a Axayácatl el viejo a unírseles, aunque después asesinaron a su hijo del mismo nombre, luego de que participó a su favor en la batalla de Tenochtitlan. Las mismas tácticas de terror aplicaron los europeos en Perú, en las Filipinas, en el continente africano, en Asia. Usando la Biblia y a los frailes para asustar, para engañar y para dividir a los pueblos, a los que ridículamente presentan con “imperios” y a sus jefes tribales como “reyes”, para justificar el genocidio.
Oculta que antes de 1519, la mayoría de las tribus estaban unidas en torno a la alianza Tenochtitlan, Texcoco, Tlacopan – y que estos pueblos tenían, a su vez, a cientos de comunidades aliadas a lo largo de toda Mesoamérica–. Comerciaban pacíficamente, intercambiaban parejas para matrimonio, obsequios, conocimientos. Respetaban las creencias de cada región, asimilaron y reproducían los conocimientos heredados de toltecas, olmecas, mayas y teotihuacanos. Así vivían hasta que aparecieron los invasores como la cizaña para confrontarlos prometiendo botín y abusos, pues la principal arma que han utilizado los colonialistas, es la división de los pueblos dominados.
Reivindicar la grandeza de los pueblos originarios, y entender las limitaciones de su tiempo, requiere confrontar fuentes y de identificar los intereses que había tras los narradores, conocer los estudios antropológicos que demuestran cuál era la forma de vida y el sistema social que predominaba antes de la llegada de los europeos. El científico que más avanzó en este sentido fue el antropólogo estadounidense Lewis H. Morgan, quien el siglo XIX convivio durante años con las tribus de Norteamérica, cuando conservaban formas de convivencia comunitaria, ancestral.
En cambio, y pese a su cultura, Zunzunegui puso al desnudo sus verdaderos intereses de clase, como cortesano moderno de los fanáticos reyes de España y de los gachupines del siglo XV. Oculta los crímenes del colonialismo, al que admira. Niega las hambrunas, la esclavitud, las matanzas masivas y hasta las epidemias que acabaron con 90 por ciento de la población en toda América y las islas del Caribe, a donde tuvieron que llevar esclavos capturados en África para sustituir a los pueblos que fueron casi exterminados. Esta fue una realidad comprobable, no una pura “narrativa”.
Burlándose de nuestra inteligencia, simula desconocer que todos los códices que reproduce en sus videos mostrando actos de antropofagia, sacrificios y pirámides ensangrentadas, fueron pintadas años después de la ocupación de la gran Tenochtitlan (ver fechas de cada uno), por orden y bajo vigilancia de la iglesia. Años después de que Isabel de Castilla, ordenara acabar con los conocimientos científicos incipientes, con la cultura y las creencias místicas de nuestros pueblos, comenzando por códices y monumentos. Después de que el virrey Enríquez de Almanza decretara prohibir a los nativos escribir su propia historia “porque así conviene a su majestad y a Dios nuestro señor”.
Dice que los pueblos nativos quedaron muy felices con los españoles que “hasta se casaron con nuestras nativas”, pues oculta que lo que prevaleció en 300 años fueron la explotación, las humillaciones racistas, el saqueo, la esclavitud, el asesinato en masa y los abusos sexuales. Trajeron iglesias, pero hasta ahí impusieron segregación racial, trajeron caballos, pero los nativos tenían prohibido usarlos, aprendieron a montarlos hasta la guerra de independencia y la revolución de 1910-1919.
Confiado en que ya nos engañó, dice que también debemos venerar a Agustín de Iturbide, que es “el verdadero padre de la independencia”; a Maximiliano, que “nos trajo la civilización europea”, y a Porfirio Díaz, que es “el más grande pacificador y civilizador que ha tenido México”. Arremete contra todos los revolucionarios de la historia, especialmente contra los jefes campesinos Villa y Zapata, aunque analiza bien a Juárez y a Cárdenas, como entreguistas a Estados Unidos. Critica a “los gringos”, pero defiende a los colonialistas españoles; como los políticos de nuestro tiempo critican a España, pero venera a Washington.
Dice que “los revolucionarios sólo buscan la violencia y el poder porque tienen odio y envidia” a los ricos y poderosos. Oculta, a lo largo de la historia, que ningún revolucionario habría existido sin injusticias de las clases que históricamente han ostentado el poder político. ¿Por qué tendrían que arriesgar su vida los miles de esclavos que se unieron a Espartaco contra el imperio romano?, ¿Por qué se unieron miles de campesinos revolucionarios y hambrientos a las rebeliones campesinas del siglo XVI que encabezó el cristiano y humanista Thomás Müntzer, mientras Cortés y sus soldados invadían América? ¿Por qué millones de campesinos se hicieron revolucionarios en la China de 1939? ¿Y por qué los revolucionarios vietnamitas resistieron durante veinte años de guerra de liberación nacional contra franceses y norteamericanos?
Emulando a los teóricos neofascistas argentinos de moda Agustín Lage y Nicolás Márquez y el “anarquista libertario” Nicolás Morás –los ideólogos que llevaron al poder a Milei en Argentina– el ahora libertario Zunzunegui, arremete contra gigantes, nuestro escritor de moda lanza sus ataques contra los revolucionarios del siglo XIX y XX, y les atribuye millones de muertos, todos los que cayeron por el crudo invierno y las hambrunas provocadas por la primera guerra mundial; por las guerras de las potencias hegemónica contra la Unión Soviética de 1917 a 1922, y por los millones de muertos que ocasionó la invasión nazi a la URSS iniciada en junio de 1941.
Pero las verdaderas intenciones del talentoso escritor quedaron al desnudo y miles de sus seguidores lo abandonaron cuando convoca a iniciar ¡la revolución de la libertad, a través de Televisión Azteca!, para llevar a la Presidencia de la República nada menos que al “libertario” estafador Ricardo Salinas Pliego, quien expresa una vulgaridad o una tontería aproximadamente cada vez que abre la boca.
Reducido a publirrelacionista, Zunzunegui, el crítico de “los ricos y poderosos”, terminó asesorando al dueño de TV Azteca, como si desconociera que el origen de esa riqueza, fueron los fraudes de Carlos Salinas de Gortari, quien privatizó y le entregó televisora del Estado, para ocultar los crímenes el fraude electoral de 1988.
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